El desconocido corazón de Marie Curie

"Querido Pierre, a quien nunca volveré a ver aquí, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, donde no pensaba que tendría que vivir sin ti".
Con estas palabras Marie Curie inicia su diario. Era el 30 de abril de 1906.
Su marido Pierre, con quien había compartido pasión científica y un Premio Nobel, acaba de morir. Su cerebro privilegiado yace desparramado en el suelo de una calle encajonada del viejo París, confundido con el barro y la lluvia, entre el fango: un carro de seis toneladas le ha pasado por encima.
En casa, Marie, ajena a la desgracia piensa en Pierre y se lamenta de haberse despedido de forma tan precipitada aquella mañana.
¿Por qué será que la muerte nunca avisa despedidas?



La primera vez que Albert Einstein vio a la científica polaco francesa, le pareció inteligente pero tan fría como un pez.
¿Fría? No, su corazón contenido en una probeta de cristal del laboratorio donde fue tan feliz con su amado Pierre, se liberó como mariposa en las páginas de su diario. 
Mientras descubría el radio y el polonio, también se dejaba sorprender por los abenuces en flor y las glicinas, como narra en las páginas.
Toda apariencia esconde un corazón.
"Mi hermoso, mi bueno, mi querido Pierre amado. ¡Oh, la nostalgia de verte, de ver tu sonrisa bondadosa, tu dulce rostro, oír tu voz grave y dulce, y de apretarnos el uno contra el otro como hacíamos a menudo"! 
Pierre le pidió matrimonio a Marie con estas palabras: “¿Qué sería pasar la vida el uno junto al otro? Hipnotizados con nuestros sueños: tu sueño patriótico, nuestro sueño humanista y nuestro sueño científico” 

El sueño...

Porque quizá todo sea parte de un sueño, como adelantó Poe: Todo lo que vemos o imaginamos es sólo un sueño dentro de un sueño.

En mi libro Memento Mori pongo esa idea en boca de uno de mis personajes...

ANA SLEEPY

¿Y si esto no fuera definitivo,
y si sólo fuera un dulce letargo,
un sueño del que al final uno despierta
con los miembros entumecidos
y los ojos soñolientos?                                              
¿Y si después de estar enterrado, 
soñando con la vida,
a muchos metros de profundidad,
en la oscuridad estigiana,
uno despertara 
y después de beber las aguas del Leteo para olvidar,
resucitara del mundo de los muertos
como aquel pez,
el pez pulmonado,
el que duerme enterrado en un sudario de barro
y que de pronto resucita
cuando la lluvia remueve su costra dura?

¿Y si fuéramos como ese pez 
y renacer,
renacer y nadar en un mar sin orillas
donde corrientes erráticas
nos empujaran de nuevo a la vida
y soñar,
sólo soñar con la muerte?


Sócrates, maestro de Platón, fue condenado a muerte, acusado de pervertir con sus ideas a los jóvenes. Antes de beber la cicuta, leemos en el Fedón que dice:
“La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa…pero ya es hora de marcharnos, yo a morir, vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios”.
La última anotación del diario de Marie Curie es reveladora: 




"Hace un año. Vivo para sus niñas, para su padre anciano. El dolor es sordo, pero sigue vivo. La carga pesa sobre mis hombros. ¿Cuán dulce sería dormir y no despertar más? ¡Qué jóvenes son mis pobres cariñitos! ¡Qué cansada me siento! ¿Tendré todavía el coraje de escribir?" 

Marie, esa niña inteligente, solitaria, esa niña pobre que siempre tenía frío. 
La joven que sorteó dificultades para poder estudiar en un mundo sólo de hombres, la primera profesora de La Sorbona, la primera doctora en Ciencias y la primera mujer en recibir el Nobel.
Marie, la mujer que consiguió el mayor premio de todos, el amor, murió envenenada por el radio a los sesenta y siete años. Fue enterrada junto a Pierre en el Panteón de París (también fue la primera mujer en eso).
"Me senté junto a ti y me tumbé, atravesada sobre tu cuerpo. Estábamos bien, yo sentía cierto remordimiento por si estabas cansado, pero te notaba feliz. Y yo misma tenía esa sensación que había experimentado a menudo durante los últimos tiempos de que ya nada nos turbaba. Me sentía en calma y llena de una ternura dulce hacia el excelente compañero que estaba allí conmigo, sentía que mi vida le pertenecía, que mi corazón rebosaba cariño hacia ti, mi Pierre, y me hacíafeliz sentir que allí, a tu lado, bajo aquel sol hermoso y frente a aquellas vistas divinas del valle, no me faltaba nada".


¿Tan fría como un pez?
Einstein se equivocó!

Comentarios

  1. ¡Magnífico texto, de lo mejor que he leído de Paloma! Y tiene muchos escritos excelentes...

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  2. Creo que se perdió el comentario que había dejado hace unos minutos y no quiero dejar pasar la oportunidad de decir que agradezco este precioso texto en el que descubro una profunda ternura en Marie Curie y esto no hace más que agigantar mi admiración por ella. ¡Gracias!

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